Sus altos tacones producen un sonido seco al golpear
la acera adoquinada, resultan incomodos, quiere quitárselos pero no puede
detener la marcha. Detrás de ella puede oír el resoplido del energúmeno que la
persigue y que hace poco, en el callejón al que la arrastró, pretendía un
servicio gratis. Su experiencia en el oficio y sus afilados dientes le dieron
los segundos justos para escabullirse. En su carrera se adentra en un
destartalado edificio que le ofrece refugio y detrás de una sucia ventana rota,
piedra en mano, se prepara para presentar batalla: su cuerpo tiene un precio y,
para tenerlo, todos tienen que pagar.