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Había
esperado y observado durante siete años, como una araña en el alero o un ratón
detrás del zócalo pero dejaría de ser en la fila, al que no atienden porque le
tocó el turno a la hora de cerrar. Ya no será el que baja corriendo desde el
quinto piso porque va tarde y en el primero se percata que ha olvidado las
llaves del coche. No se atrasará ningún vuelo que vaya a tomar y nadie le verá
como un pusilánime, podrá acercarse a cualquier chica sin el temor de ser
rechazado. Hoy se cumple el plazo para dejar atrás su mala suerte, la que
empezó el día que, furioso, rompió aquel maldito espejo.